Guardianes de semillas: las comunidades que mantienen viva la memoria agrícola del Biobío

Frente al avance del cambio climático y las transformaciones de los sistemas agrícolas, un movimiento silencioso recorre el país: los llamados guardianes de semillas. Agricultores, familias y comunidades que conservan variedades tradicionales y cultivan según los ritmos del territorio, preservando con ello alimentos, identidad y memoria.

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Ministerio de Agricultura (Minagri), los Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial (SIPAM) reconocen agroecosistemas donde las comunidades mantienen una relación intrínseca con su territorio. Esa conexión se sustenta en conocimientos ancestrales, expresiones culturales y paisajes únicos.

A nivel nacional, uno de los territorios en proceso de reconocimiento SIPAM es la Cordillera Pehuenche, donde familias mapuche-pehuenche han conservado por generaciones semillas tradicionales, técnicas agrícolas y una agrobiodiversidad hoy amenazada por la crisis climática.

En esta zona —que abarca Alto Biobío, Lonquimay, Melipeuco y Curarrehue— la agricultura familiar se sustenta en prácticas ancestrales que combinan conocimiento ecológico y cosmovisión territorial, permitiendo mantener viva una diversidad biológica que la FAO considera clave para la seguridad y soberanía alimentaria del país.

Estas comunidades combinan el cultivo diversificado de chacras con la recolección de productos del bosque nativo —piñones, hongos, hierbas medicinales y miel—, actividades que forman parte de su economía familiar y de su cosmovisión del Küme Mongen o 'buen vivir'.

Hoy, la Red de Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Nacional (SIPAN) ha identificado 171 productos forestales no madereros y desarrolla planes de manejo sustentable para 10 de ellos, junto con seis predios piloto agroecológicos destinados a mitigar la erosión, fomentar la plantación de árboles y aplicar biopreparados. En paralelo, funcionan cinco huertos semilleros liderados por mujeres, donde se resguardan al menos 12 variedades tradicionales de porotos, maíz, tomates, zapallos y papas, fortaleciendo la soberanía alimentaria y la adaptación de las semillas locales al clima.
Resguardo agrícola y apoyo estatal

El resguardo de la biodiversidad agrícola y el fortalecimiento de la agricultura familiar han pasado a ocupar un lugar central en la agenda pública. En un contexto de escasez hídrica y cambio climático, las autoridades subrayan que la sustentabilidad rural requiere no solo innovación tecnológica, sino también el reconocimiento del conocimiento campesino.

Para la seremi de Agricultura del Biobío, Pamela Gatti, en un país que enfrenta metas exigentes —como avanzar hacia la 'Carbono Neutralidad 2050' y cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible al 2030—, el Estado está obligado a 'innovar en las formas de producción, considerando el impacto económico, social y ambiental'.

En esa misma línea, destacó el valor de las guardadoras de semillas y huerteras del Biobío como ejemplo del potencial territorial para alcanzar una producción más diversa y equilibrada. 'La pérdida de recursos fitogenéticos es un tema relevante para la seguridad alimentaria. Estas mujeres nos permiten conocer y valorar un legado que forma parte de la identidad rural del país', afirmó.

El reconocimiento de esa labor se refleja en programas como el PDTI (Programa de Desarrollo Territorial Indígena) y el Prodesal, ejecutados por el Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP) junto a los municipios. Según la directora regional de la institución, Fabiola Lara, 'la agricultura familiar tiene un rol protagónico en la construcción de una agricultura sostenible y diversa. Son ellos quienes resguardan la soberanía alimentaria, la cultura campesina y la biodiversidad que caracteriza a nuestro país'.

A través de estos programas, INDAP ha acompañado directamente a las huerteras locales con talleres sobre conservación de semillas, control natural de plagas, huertos biodiversos y biopreparados. La entidad también participa en la Red SIPAN, junto a Odepa, Infor y Conaf, articulando esfuerzos para proteger los sistemas agrícolas tradicionales.

'El conocimiento campesino es clave frente al cambio climático', enfatizó Lara, subrayando que fortalecer esas prácticas 'es cuidar la riqueza de las semillas locales que mejor se adaptan al territorio'.

Tanto INDAP como el Ministerio de Agricultura coinciden en que el Territorio Cordillera Pehuenche avanza hacia el reconocimiento internacional SIPAM de la FAO, una distinción que, en palabras de Gatti, 'reafirma que la sustentabilidad no se mide solo en hectáreas productivas, sino en la capacidad de mantener viva la diversidad que da sentido al campo chileno'.
Otras experiencias en la región

Más allá de los territorios cordilleranos, otras comunas del Biobío también suman esfuerzos locales por preservar su biodiversidad agrícola. En el corazón de la región, un emprendimiento de Cabrero resume lo que hay detrás de estas iniciativas: Semillas Crear Vida, un proyecto familiar del cual forma parte Catalina Barriga, quien junto a sus padres continúa una tradición transmitida por generaciones.

'Mi abuela y bisabuela ya cuidaban semillas y las regalaban a sus familiares para que no se perdieran', relató. Hoy resguardan más de 120 variedades de porotos, además de tomates, lechugas, flores, maíz y ajo. 'Las semillas son un legado familiar, un recuerdo vivo de quienes vinieron antes', agregó.

Cada temporada eligen los frutos más sobresalientes y sanos, dejan parte de la producción solo para semilla y conservan una reserva anual por prevención. 'Si ocurre algo y no se puede cosechar, siempre queda una reserva guardada para continuar sembrando la misma variedad', explicó. En su huerta, el riego por inmersión y el uso de compost, guano y humus reemplazan los insumos químicos.

Además del resguardo, promueven el intercambio de saberes. En Cabrero realizan ferias de intercambio dos veces al año junto a organizaciones comunitarias. 'No se trata solo de cambiar semillas; también se comparte lo que cada persona sabe hacer. A veces lo más valioso no es lo material, sino el conocimiento que se entrega', comentó.

Aunque forman parte del programa Prodesal, Barriga reconoce que aún no existen apoyos específicos para quienes se dedican al resguardo de semillas tradicionales. 'Sería importante que se generen espacios de diálogo y que las instituciones valoren esta labor como parte del patrimonio alimentario del país', señaló. También advirtió que, a nivel municipal, faltan iniciativas que visibilicen a los guardadores de semillas, pese a su aporte a la biodiversidad y la educación ambiental.

Entre sus metas inmediatas están ampliar la superficie de cultivo e implementar nuevos sistemas de riego ante la sequía. A futuro, sueñan con levantar un banco de semillas comunitario que reúna a guardadores de distintas zonas del país.

'Cualquier persona puede ser guardadora de semillas. Es una manera de dejar un legado y preservar el futuro de nuestra alimentación', concluyó.
Bancos de germoplasma y conservación científica

En paralelo al trabajo de las comunidades rurales, la ciencia también cumple un papel esencial en la protección del patrimonio agrícola. Desde el Centro Regional INIA Quilamapu, el Dr. Gerardo Tapia, curador del Banco de Germoplasma, explicó que estas instalaciones 'están dedicadas a conservar el patrimonio genético del país' mediante la conservación ex situ, que consiste en recolectar y almacenar semillas a baja temperatura por largos periodos.

Las colecciones se evalúan bajo distintas condiciones ambientales —disponibilidad hídrica, fertilización, tipo de suelo o temperatura— tanto en cámaras de crecimiento e invernaderos como en ensayos en terreno. Estos estudios permiten determinar la capacidad de adaptación de cada variedad frente a la sequía o la variabilidad climática, información clave para fortalecer la resiliencia agrícola del centro-sur.

Tapia advierte que la erosión genética sigue siendo un riesgo significativo. 'Desde la revolución verde se ha reducido la diversidad de cultivos, lo que limita las posibilidades de mejora y respuesta frente a nuevos escenarios climáticos', señala. A su juicio, parte del problema proviene del desconocimiento del valor de las variedades tradicionales, muchas veces consideradas obsoletas.

El investigador valora la complementariedad entre la ciencia y el trabajo campesino. 'Las guardadoras de semillas realizan conservación in situ: renuevan año a año sus cultivos, generando nueva diversidad. Nosotros conservamos la genética en cámaras de frío; ellas la mantienen viva en el campo. Ambas formas son necesarias', explicó.

Actualmente, INIA desarrolla junto a FAO un proyecto para recuperar variedades tradicionales de legumbres —porotos, chícharos y lentejas—, algunas ya catalogadas como cultivos huérfanos. 'El desafío es devolverlas al campo y educar a las nuevas generaciones sobre el valor de las semillas, porque en ellas se siembra también el futuro de nuestra alimentación', concluyó.


Hugo Ramos Lagos-

Diario Concepción